Hoy en día, en este mundo que todos parecemos estar participando en una competencia para ser el más rico, el más inteligente, el más guapo, el más exitos, etc, el orgullo hace que muchas personas se crean superiores a los demás y cometan una serie de equivocaciones: creen que lo pueden todo, imponen sus decisiones y desprecian a las otras personas. esto lo podemos observar tanto en casa, en la familia, en amigos, en el trabajo, en compañeros…..

También ocurre en el colegio donde cada vez más observamos niñ@s o adolescente presumidos y estirados porque son los más aplicados, los mejores vestidos, los que tienen el telefono más ‘in’, los mejores deportistas, o porque sus papás tienen tal, o son tal. Esa actitud de soberbia es contraria a la generosidad, la empatía o la amistad porque impide comprender a los demás y les hace pensar que no necesitamos de ellos. Por otra parte, frena el crecimiento personal: cuando creemos que lo sabemos y lo podemos todo, dejamos de esforzarnos para alcanzar nuevos logros. El remedio a estos peligros es el valor de la humildad que consiste en reconocer que no somos “los mejores del mundo”, en aceptar nuestros defectos y reconocer las virtudes de los otros.

A continuación, expongo una reflexión de Lorena Gintautas que me ha hecho pensar en esta actitud, en como la felicidad empieza por sentirse bien con uno mismo, y en la necesidad de convivir en paz, primero, con nosotros mismos y con las personas que tenemos alrededor.

La humildad es la actitud de la persona que no presume de sus logros y reconoce sus fracasos y debilidades. La humildad es uno de los estados más equilibrados del ser humano, porque puede reconocer lo que logra sin indiferencia y sin esperar la aprobación ajena para poder tener un objetivo planteado. No se desespera por los resultados de sus objetivos.

Cuando se hace fiel observador de que los fracasos y debilidades ante algunas situaciones son planteados y re formulados para mejorar, la humildad es entonces la que nos ubica en el equilibrio justo para saber que no somos perfectos, y que por defecto nos equivocamos sin tomar revancha, solo observando que la mejoría para discernir y sentir estar latente ante cualquier situación.

La humildad al reconocer logros y debilidades trabaja como un neutralizador de nuestros sentimientos. Es como el Universo y sus energías neutrales. Por ejemplo puedes ver que tienes muchos logros y a su vez puedes ver que ciertos problemas son debilidades no superadas, observando la mejoría para ubicarlas de una forma plena y coherente en tu ser.

El utilizar la humildad en procesos de transformación hace que puedas salir del lugar de ser alguien para otros y plantearte en el infinito ser qué es bueno y qué es malo, generando un equilibrio. A veces aplicando humildad, se genera el Dharma. Porque la humildad no tiene extremos ya que reconoce las aptitudes de cada extremo.Cuando se busca la plenitud de generar buenos sentimientos, se precipita la humildad. Si aplicas siempre humildad en todos tus actos, sabrás que eres un conjunto de infinitas posibilidades para que tu inconsciente surja de una manera consciente y acorde a la situación. Utiliza siempre la humildad en todos tus actos y verás que tus actitudes no fueron en vano.

 

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La Taza de Té: Un cuento sobre la humildad

Un profesor de una prestigiosa universidad, muy respetado y temido por sus alumnos debido a su gran dominio de los más diversos temas y su carácter autoritario, viajó una vez a Japón a entrevistarse con un famoso sabio que vivía retirado en una modesta casa de campo, dedicado al estudio y la escritura.

El profesor en cuestión, estaba acostumbrado a tener la última palabra en todo y desechaba frecuentemente las opiniones de los demás, a quienes intimidaba con su inmensa erudición, su petulancia y su arrogancia.

En cuanto llego a la casa del sabio, el profesor empezó a hablar del tema que iba a ser tratado en la visita. Hablaba sin parar, citando frases de famosos personajes a cada momento, refiriéndose a los innumerables libros que había leído y a las muchas conferencias que había dictado acerca de ese y otros tantos temas.

El sabio aprovecho una pausa en el monólogo del profesor para preguntarle si le apetecía una taza de té este le dijo que si y continuo su habladuría.

Mientras el profesor hablaba, el sabio se dedicó a llenarle su taza.

Comenzó echando el té poco a poco, primero hasta la mitad y luego hasta el borde de la taza, pero al llegar allí no se detuvo, sino que siguió echando té y más té, con toda la naturalidad del mundo, hasta que el liquido desbordo también el plato, y, comenzó a manchar el mantel, todo esto lo hacía sonriendo y escuchando al profesor, como si no pasara nada.

El profesor no se dio cuenta al principio, pues estaba demasiado entretenido escuchándose hablar a si mismo, pero en cuanto se percató, después de un buen rato, quedó estupefacto.

-LA TAZA ESTA LLENA!!!..YA NO LE CABE MAS!!- gritó

-Lo mismo te pasa a ti- le dijo el sabio, con tranquilidad.

-Tú también estas lleno de toda tu erudición, de todos los autores que citas, de todos los libros que has leído, de tus propias opiniones y tus ideas acerca de todo… Como vas a poder escucharme o aprender algo de lo que yo puedo enseñarte, si antes no vacías la taza?…

Impresionado por esta lección que le acababa de dar este hombre, el profesor se propuso tener en cuenta, a partir de ese momento, la sabiduría de sus contemporáneos.

Protegedme de la sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe y de la grandeza que no «se inclina ante los niños» (Khalil Gibran)

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