Si un niño vive criticado, aprende a condenar.
Si el niño vive en un ambiente donde lo ridiculizan, aprende a ser tímido.
Si un niño vive con tolerancia, aprende a ser paciente.
Si un niño vive con estimulo, aprende a confiar.
Si un niño vive compadecido, aprende a tener lástima.
Si un niño vive en un ambiente en donde lo elogian, aprende a apreciar.
Si un niño vive con seguridad, aprende a tener fe.
Si un niño vive con aprobación, aprende a quererse.
Si un niño vive con equidad, aprende a ser justo.
Si un niño vive engañado, aprende a mentir.
Si un niño vive avergonzado, aprende a sentirse culpable.
Si un niño vive con hostilidad, aprende a pelear.
Si un niño vive con reconocimiento, aprende a tener buena meta.
Si un niño vive en un ambiente de honradez, aprende a ser honrado y a conocer la verdad.
Si un niño vive amado, aprende a amar a los que lo rodean.
Si un niño vive con aceptación y amistad, aprende a hallar amor en el mundo.
Como padres tenemos la responsabilidad en el desarrollo de nuestros hijos, ya que desde que nacen estos aprenden del ambiente que les rodea, y en primera instancia, en la mayoría de casos, se encuentra el ambiente paterno. Las personas cercanas al niño participan de su proceso de aprendizaje, son a ellos quienes los niños observan y los que se convierten en su espejo. Los niños tienden a imitar o copiar a sus padres y muchos de estos padres ven a sus hijos como pequeñas versiones de sí mismos. La importancia de fomentar los valores es la clave para evitar aquellas cosas que no se quieren repetir.
«Educar a los hijos es, en esencia, enseñarles a valerse sin nosotros». Mario Sarmiento.
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